martes, 1 de octubre de 2013

El último vuelo de la golondrina

La tía Lucía estaba cada día más consumida. Cada invierno se llevaba un pedacito de ella, devolviéndonos a nuestro ángel con el alma cada vez más empequeñecida. Las niñas echaban de menos sus historias primaverales y sus tardes de juegos en la cocina, entre harinas,  huevos, y moldes. En invierno yo hacía las magdalenas esperando a que ella recuperara las fuerzas, pero el olor dulzón que desprendía el horno no era lo mismo. Los restos de harina y almendras molidas no aportaban calidez ni armonía a la cocina. Sólo engendraban desorden. No había hogar, ni brillo, ni risas, ni canciones antiguas. El invierno llegaba a su fin, era hora de despertarla y obligarla a volar, como cada primavera para que recuperara su jovial actividad.
-Tía Lucía tienes que reponerte, pronto regresarán las golondrinas. Las niñas esperan ansiosas poder disfrutar de la cría, observar contigo el regreso de las madres, y escuchar  el trino de los polluelos reclamando alimento y mimo.
Las niñas disfrutaron solas del espectáculo de los primeros vuelos rasantes. La tía Lucía parecía no tener prisa por salir a saludar a sus queridas golondrinas. La vestí y obligué a salir al calor del jardín para contemplar con María y Berta la música y el baile de nuestras amigas. Pasó una buena tarde, y por fin salió de su letargo.
Me despertó el sonido de los pucheros, el olor a croissant de mantequilla, a risas manchadas de chocolate y trinos de bienvenida. Bajé a la cocina.  Me emocioné al comprobar que por fin había recuperado su esplendor. Estaba llena de ternura, de color y vida. Disfruté del aroma y estreché a tía Lucía entre mis brazos. Quería a esa anciana como a mi vida.
Llegaron las primeras crías, los trinos hambrientos, y el estrés de las madres. Lo celebramos con bizcochos, cocas y pastas. Con sobremesas limpiando  cacharros, con trapos repletos de manchas y conversaciones dulces. Quedaba un largo verano y todo un otoño para disfrutar de la compañía de la tía Lucía.
Los polluelos crecían y se asomaban curiosos al mundo. Nosotras les saludábamos con limonada y te frío, acompañados de tarta de manzana y pastel de cereales.

Me levanté temprano y salí al jardín con un café cargado. La casa dormía en silencio y las golondrinas estaban en calma. Descubrí una cría en el suelo. Estaba muerta. La acuné en mi mano con el alma encogida y  la escondí para que las niñas no pudieran verla. La tristeza me invadió, entonces caí en la cuenta de la quietud desesperada que acechaba a la casa. Subí despacio las escaleras, sobrecogida, con llanto seco, del que sale de lo mas profundo del alma.  Entré con cierto desasosiego en el cuarto de tía Lucía. Besé su frente y su mano. Acepté el final precoz del verano mientras abría la ventana. Su alma se posó en el alféizar  observando por última vez aquel cuarto que la había protegido tantos inviernos y en los cortos descansos del verano. Me miró un instante y emprendió el vuelo después de revolotear sobre  mi a modo de despedida.

8 comentarios:

  1. Que entrañable Betty. Un buen comienzo con un bonito relato. No nos hagas esperar mucho... Bss

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    1. Pues te veo, dentro de unos cuantos años eso sí, como a la tía Lucía, con tus galletas y tartas, con las manos siempre metidas en harina. Rodeada de tus niños y tus sobris

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  2. ¿Eras tú la que no sabías escribir....?

    ¡Fantástico relato que acuna!

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    1. No, hasta que consiga escribir como Abel, no sabré lo que es escribir bien. Creo que ni con siete vidas jeje

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  3. Es muy bonito, aunque un poco triste el final. Pero me llegan esos maravillosos aromas de la cocina. Puedo casi olerlos!!!! MJM

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  4. Betty he leído todos los relatos seguidos y éste es el último, ..aunque el primero de ola entrega de octubre, están todos muy, muy bien....creo que la página en rojo sobra....enhorabuena otra vez¡¡¡¡¡
    Besos

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