miércoles, 19 de marzo de 2014

Un final feliz


 Siempre que al despertarme dejo un sueño a medias, tengo por costumbre quedarme en la cama, con los ojos cerrados, hasta que consigo el final que deseo. Lo hago desde que era pequeña y, si lo que me despierta es una pesadilla, no paro hasta conseguir darle la vuelta a la historia. 
Hoy tengo que encontrar un final feliz para una horrible pesadilla. Hemos perdido una gran amiga. Se la han llevado a la fuerza y para colmo, los medios la han convertido en un número. Una víctima más de la violencia de género. Dicho así, parece como si una mala gripe se la hubiera llevado. Como si no fuera culpa de nadie o como si todos los hombres del mundo fueran culpables.
         Tú no eres ni serás nunca un número. Jamás. Tú eres y serás siempre Mª José y eso no nos lo quitará nadie.
 Nunca me costará tanto escribir como hoy. Al menos eso espero. Como tantas veces voy a abrir esa puerta imaginaria que me transporta a un mundo donde todo es bello. La historia de hoy se teñirá del color de tus ojos, y no la voy a escribir sola; mis dedos pulsarán las teclas y mi loca cabeza guiará esta aventura, pero esta historia la vamos a vivir con el corazón, todos nosotros, tus amigos. Juntos. Contigo.
Abro la puerta de mi mundo imaginario. Hoy la puerta está algo oxidada y me cuesta entrar. Dejo que pasen todos y cierro la puerta tras de mi. Está oscuro y hace frío. Nos miramos sin ver, sin saber que decir. Esperamos un rato, parece que la vista se va acostumbrando a la penumbra y de la oscuridad parecen brotar dos pequeños puntos de luz que, poco a poco, iluminan todo hasta pintar en la oscuridad un cielo azul, casi perfecto. El sol calienta primaveral y el campo está repleto de flores. Tú, Mª José, te acercas con tu sonrisa de ojos tristes que reflejan un cielo despejado de nubes. Sonríes. Tu boca intenta escapar de tu cara, necesita más espacio. Tu sonrisa se rebela inquieta, incluso en los malos momento tiende a dejarse ver. Las chicas conversamos tumbadas en la pradera, junto a un río de aguas cristalinas. Charlamos de nuestras cosas, nuestros niños, nuestros problemas. De nuestra vida. Los chicos se escabullen en busca de unas cervezas.
 Los niños están jugando. Tu «pieza» es el más osado. Intenta cruzar el río, se ha metido en él y el agua le llega hasta las rodillas. Le coges del brazo y lo sientas en una piedra. Él asume el castigo mientras sonríe de medio lado. Unos metros más allá, las niñas forman un corro. Tu princesa baila, las otras niñas miran embelesadas e intentan imitarla, mientras la peque, la de los rizos dorados, da sus primeros pasos alrededor nuestro.
 Disfrutamos de un atardecer precioso y regresamos a la casa rural en la que estamos alojados. Preparamos unas ensaladas y las brasas para la barbacoa. Los niños mal cenan para corretear por la casa todos juntos. Los chiquitines intentan escapar del arnés que los mantiene en sus sillas y nosotros, nosotros charlamos junto al fuego, mientras cenamos y tomamos unas copas. Un ratito después alguno se arranca con unas Jotas y el resto  le hacemos los coros. Ya no hay quien nos pare. Va a ser una noche maravillosa. Perfecta. El cielo está lleno de estrellas. Refresca y el aire huele a limpio. Yo me pierdo entre las serpenteantes llamas, guardando la imagen de este momento en mi cabeza. Miro a los niños que han salido al jardín alborotándolo todo. Son buenos amigos, de los que están donde hay que estar, cuando hay que estar. Pese a tener las hormonas revolucionadas, son hombres, de los de verdad, caballeros de tomo y lomo. Alguien decide que es hora de irse a dormir y la casa lentamente va quedando en penumbra. Las risas  rompen el silencio  y algún padre, desde otro cuarto,  manda callar a los niños. 
 Amanece un nuevo día, es hora de recoger  y regresar a casa, felices, agotados y con la satisfacción de haberlo pasado bien, de ser afortunados. Nos Whatsappeamos desde casa intentando alagar el fin de semana un poco más. Intentando robarle unos minutos al domingo y agradeciendo la amistad mutua.

 Habrá otros viajes, otras comidas y otras cenas. Siempre estarás con nosotros. Charlaremos de nuestras vidas, de la tuya y las nuestras, de nuestros niños. Habrá más risas, más besos y más «os quiero»
Tus amigos. Siempre contigo. Con tu sonrisa azul e inquieta.




Registro

Registro
0c37326f-aafd-3718-b4a5-b6b2ba2f05ba