martes, 25 de febrero de 2014

Trampas

Monte Lí, a unos veinte kilómetros de Xian.  CCXXI A.C.

Un hombre camina tirando de su caballo, sobre su hombro lleva un hatillo anudado al palo de su azada. Ha salido de madrugada. Viste quimono corto de lino, gastado por los años y el duro trabajo. Aunque no ha amanecido, sobre su cabeza descansa el Nón lá tradicional. Bajo sus pies unas sandalias, desgastadas, tejidas con tiras de junco, pisan el suelo del humedal. Wei camina lento, tiene una larga jornada por delante hasta que se ponga el sol. Algo brilla en el suelo. Lo recoge y lo observa. Es metálico y tiene impreso el sello de la dinastía Quin. La angustia lo atrapa, siente como una armadura invisible envuelve su cuerpo dejándolo paralizado. Mira angustiado a un lado y a otro, observa su caballo y la azada que ahora descansa sobre la soledad del inmenso arrozal. El terreno lo engulle atrapando su alma. La arcilla lo invade; entra por su nariz, por los oídos, incluso se cuela por los poros de su piel. Wei se escurre por un pozo cada vez más profundo hasta que llega a una inmensa sala subterránea. Paralizado, mudo, solitario. La figura de un emperador lo mira altivo. Wei permanece en formación de un ejercito invisible. Él es el primero. Durante siglos, ese ejercito se irá materializando, día a día, año tras año, siglo tras siglo. Los guerreros aparecen como gotas cayendo sobre un cubo de zinc. Un golpe metálico por cada gota, por cada guerrero. Ya son siete mil almas y sigue creciendo.


Barcelona, cerca del Paseo de Gracia. Año 1914

El invierno ha cubierto la ciudad con un manto blanco. Un niño camina aburrido por la calle solitaria. Unos minutos antes, se ha acercado al encerado de la escuela y disimuladamente ha guardado una tiza en el bolsillo de su pantalón. Ni siquiera sabe porqué lo ha hecho. Al salir de la escuela camina distraído hacia su casa. Nunca antes había pasado por esa calle en la que una pared llena de nombres escritos lo ha sorprendido. Pasa unos cuantos minutos leyendo y encuentra el suyo entre muchos otros y, justo a su lado, escribe «Alma». Tampoco sabe porqué, ha sido el primer nombre que le ha venido a la cabeza. Ha sido entonces cuando ha descubierto aquella tienda. Le ha recordado a esa casa nueva llena de curvas por la que acababa de pasar y que tanto esta dando que hablar. En el escaparate un muñeco le observa. Es igual que él. Fuerza la puerta y consigue entrar. Basta con tocar el muñeco para que el tiempo paralice su vida y su alma quede atrapada dentro de ese pequeño ser de porcelana. Lleva una eternidad allí dentro. Sufriendo esa pesadilla. Viendo el mundo a través de esos ojos pertenecientes a un cuerpo desalmado e inmóvil que lo atormenta, sabiendo que lo que acontecerá fuera ya nunca será para él, pues parte de su alma quedará atrapada para siempre. Pero pronto se asomará esa niña. Antes o después caerá en las garras de este otro agujero. Alma entrará, no sin antes escribir el nombre se su próxima víctima sobre esa pared, y no parará hasta atrapar a esa muñeca que es como ella, que viste igual que ella. Entonces, Nacho saldrá de esa prisión aliviado, con el peso de que otro ha tenido que ocupar su lugar para poder ser liberado, pero ya, nada será como antes, y el muñeco, que lo alberga, descansará eternamente sobre la estantería atiborrada de pequeños seres de porcelana.



Madrid, estación de metro de Portazgo. Año 2013.

 Su aspecto se degrada, crece su barba y sus ropas se ensucian mientras su cuerpo languidece dentro.
—No está la mancha —repite constantemente mirando al suelo.
Llevo semanas observándolo. Nadie más parece reparar en él. Siento el impulso de hacer algo absurdo y pinto una mancha allí donde mira cada día. Sonríe. Su mirada de felicidad infinita asciende desde la mancha hasta chocar con la mía, entonces se torna ladina, provocando un escalofrío que me paraliza. Pisa la mancha despacio, muy despacio, como a cámara lenta, sin apartar su mirada enfrentada a la mía. Inclina ligeramente su cabeza y me señala con el dedo. Veo como se aleja en el tren. La mancha se desdibuja y yo quedo atrapado en ese anden hasta que otro ocupe mi lugar. Desde entonces  él hombre me observa cada día,  después desaparece, en el mismo vagón, a la misma hora.
Estoy atrapado. Esa mujer por fin parece entender y pinta una mancha en el suelo. Sin pensarlo la piso y corro al interior del tren antes de que sea demasiado tarde. La culpa me invade tan solo un instante. Ahora somos dos los que observamos cada día desde el andén.



El mundo está lleno de pozos que atrapan el alma de las personas. Son muchos lugares, millones de víctimas. He pasado mi vida entera recorriendo el mundo, buscando. He trazado un mapa en donde he marcado la situación exacta de cada uno de ellos. Observándolo, he descubierto que soy la mayor de sus víctimas. He permanecido unida a estos agujeros del tiempo voluntariamente, pensando que podría desafiar y vencer su fuerza. ¡Que ingenua! El ritual es siempre igual. Uno queda atrapado hasta que consigue que otro ocupe su lugar. Ya nunca vuelve a ser lo mismo. Parte de uno muere allí dentro. Hay miles de historias truncadas por cada maldito agujero

miércoles, 5 de febrero de 2014

Amanecer sorprendente

Cada mañana rodeo la ciudad para llegar a mi trabajo. Eso me permite tener contacto con el campo antes de comenzar una nueva jornada. Hoy, el amanecer ha vuelto a sorprenderme.
Una niebla perezosa y etérea apenas dejaba adivinar el paisaje, oculto, desdibujado, nostálgico. Rodaba colina abajo como preludio de una cruenta batalla. A mi mente llegó el recuerdo de esas imágenes de ejércitos maltrechos, rendidos ante la evidencia de que en la lucha siempre se pierde. Esperaba escuchar tambores y cornetas, tal vez alguna gaita extraviada, esperaba después ver aparecer tras ellos algún ejército sureño bajando por la colina, regresando deshecho tras la derrota; con el alma y la ropa hecha girones. Con caballos dislocados, de crines alborotadas, desencajadas por el miedo. Cuando me preparaba para el estruendo y la atroz visión del horror  inhumano, divisé al otro lado de la carretera otra de las aberraciones que los seres humanos nos empeñamos en repetir. Una extensa pradera aniquilada por una futura urbanización. En el momento presente sólo las calles y miles de farolas conviven en la desierta llanura. La niebla baja y esponjosa, ocultaba  los mástiles dejando sólo visibles las luces.
            La visión de pronto me pareció encantadora. La niebla y mis ojos me gastaron una broma, o tal vez, fueron mis deseos de ver la belleza de la vida al menos una vez al día. Sobre aquel mar de neblina, miles de luciérnagas se reunían para darse los buenos días antes de su largo sueño diurno. El cielo rosado las mecía tarareando una vieja canción de cuna, o al menos, así lo percibí yo. Hoy como ayer he entrado en la oficina cantando, sintiéndome afortunada de disfrutar de semejante espectáculo.

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