martes, 8 de octubre de 2013

El viejo, el perro, el grifo y yo

   Toda mi vida era un caos. Me encontraba en uno de esos momentos en los que uno se siente atrapado y sin rumbo. Tomé una decisión drástica. Lo dejé todo, el trabajo, mi casa, mi chica... Sin pensarlo, me encontré en la calle con algo de dinero, mi crisis existencial, mis botas  y mi mochila. Adopté un perro por puro impulso. Me ladró, lamió mi mano y me fui con él. No eran momentos para tomar decisiones así que le llamé Perro.  
   Dicen que El camino de Santiago es buen compañero en momentos como el que yo estaba atravesando. Decidí comprobarlo. Tomé el tren, compré mi concha y un cayado y comencé mi andadura. El segundo día se me unió en el paseo un anciano de ojos serenos y mirada inocente. Sobre su cayado a modo de empuñadura llevaba un grifo de esos antiguos, de rosca, con forma de flor. “¡Vaya! Un chiflado, espero que no me importune”, pensé. Resultó ser buen peregrino y mejor compañero de viaje. Caminamos en silencio, compartimos comida, cena y buen sueño. Reflexionando descubrí que teníamos algo en común, a mí me acompañaba Perro y a él su grifo, como el animal mitológico con cabeza de águila y cuerpo de león, cuyo único fin es cuidar y proteger algo o a alguien valioso. Cada mañana lanzaba camino atrás su grifo, y en un intento de abandonarlo comenzaba a caminar. Yo le seguía mientras Perro corría en dirección contraria para hacer compañía al grifo. Al rato, Perro nos alcanzaba y el anciano desandaba el camino hasta recuperar su original talismán. Después caminaba a mi derecha mientras el grifo volvía a su lugar sobre el cayado.
   Así hicimos el camino, día tras día, repitiendo en silencio aquel ritual. En nuestro último tramo juntos, como cada mañana, lanzó el grifo una vez más. Perro volvió solo, pero el anciano continuó su camino junto a nosotros.
-El grifo se quedó atrás - le advertí.
-Ya no lo necesito. Encontré lo que buscaba.
-¿Le importa decirme que era?
-Perdí mi familia, mi casa, todo cuanto tenía. Aquel grifo era lo único que pude rescatar de las ruinas. Tenía que reunir el coraje suficiente para desprenderme de lo único que me quedaba para poder seguir viviendo, receptivo a lo que la vida quiera aun regalarme. Pero sentía tanto dolor, que necesitaba acumular gran valor para  conseguirlo. ¿Y tú? ¿Encontraste lo buscabas?
¿Cómo decirle a aquel hombre que yo lo poseía todo y lo dejé voluntariamente buscando no sabía el que? Yo era el que estaba perdido y ahora gracias  a él era consciente.

8 comentarios:

  1. Precioso, Bety. Profundo y precioso. MJM

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  2. Ojalá y quede vez en cuando nos lanzáramos por "caminos de Santiagos o San Pedros" para tomar "consciencia" de lo que tenemos y no valoramos. ¡Precioso!

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    1. España está llena de caminos por los que perderse para poder encontrarse con uno mismo. Da igual si tienen nombre de santo o no, a nosotras y a muchos otros nos sirven, en compañía o en solitario, para llenarnos de energía.

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  3. Con lo cortito que es y ha hecho que me apetezca un camino en buena compañia.
    Obregón

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    1. Lo dicho, en pocos días estamos compartiendo paseos, setas, risas al calor de la chimenea y si se tercia...alguna jota aragonesa.

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  4. Betty me encantan tus relatos me transportan, enhorabuena¡¡¡¡

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