Toda mi
vida era un caos. Me encontraba en uno de esos momentos en los que uno se
siente atrapado y sin rumbo. Tomé una decisión drástica. Lo dejé todo, el
trabajo, mi casa, mi chica... Sin pensarlo, me encontré en la calle con algo de
dinero, mi crisis existencial, mis botas
y mi mochila. Adopté un perro por puro impulso. Me ladró, lamió mi mano
y me fui con él. No eran momentos para tomar decisiones así que le llamé
Perro.
Dicen que El camino de Santiago es buen compañero en momentos como el
que yo estaba atravesando. Decidí comprobarlo. Tomé el tren, compré mi concha y
un cayado y comencé mi andadura. El segundo día se me unió en el paseo un
anciano de ojos serenos y mirada inocente. Sobre su cayado a modo de empuñadura
llevaba un grifo de esos antiguos, de rosca, con forma de flor. “¡Vaya! Un
chiflado, espero que no me importune”, pensé. Resultó ser buen peregrino y
mejor compañero de viaje. Caminamos en silencio, compartimos comida, cena y
buen sueño. Reflexionando descubrí que teníamos algo en común, a mí me acompañaba
Perro y a él su grifo, como el animal mitológico con cabeza de águila y cuerpo
de león, cuyo único fin es cuidar y proteger algo o a alguien valioso. Cada
mañana lanzaba camino atrás su grifo, y en un intento de abandonarlo comenzaba
a caminar. Yo le seguía mientras Perro corría en dirección contraria para hacer
compañía al grifo. Al rato, Perro nos alcanzaba y el anciano desandaba el
camino hasta recuperar su original talismán. Después caminaba a mi derecha
mientras el grifo volvía a su lugar sobre el cayado.
Así hicimos el
camino, día tras día, repitiendo en silencio aquel ritual. En nuestro último
tramo juntos, como cada mañana, lanzó el grifo una vez más. Perro volvió solo,
pero el anciano continuó su camino junto a nosotros.
-El grifo se quedó atrás - le advertí.
-Ya no lo necesito. Encontré
lo que buscaba.
-¿Le importa decirme que era?
-Perdí mi familia, mi casa, todo cuanto tenía.
Aquel grifo era lo único que pude rescatar de las ruinas. Tenía que reunir el coraje
suficiente para desprenderme de lo único que me quedaba para poder seguir
viviendo, receptivo a lo que la vida quiera aun regalarme. Pero sentía tanto
dolor, que necesitaba acumular gran valor para
conseguirlo. ¿Y tú? ¿Encontraste lo buscabas?
¿Cómo decirle a aquel hombre que yo lo
poseía todo y lo dejé voluntariamente buscando no sabía el que? Yo era el que
estaba perdido y ahora gracias a él era
consciente.
Precioso, Bety. Profundo y precioso. MJM
ResponderEliminarGracias.
ResponderEliminarOjalá y quede vez en cuando nos lanzáramos por "caminos de Santiagos o San Pedros" para tomar "consciencia" de lo que tenemos y no valoramos. ¡Precioso!
ResponderEliminarEspaña está llena de caminos por los que perderse para poder encontrarse con uno mismo. Da igual si tienen nombre de santo o no, a nosotras y a muchos otros nos sirven, en compañía o en solitario, para llenarnos de energía.
EliminarCon lo cortito que es y ha hecho que me apetezca un camino en buena compañia.
ResponderEliminarObregón
Lo dicho, en pocos días estamos compartiendo paseos, setas, risas al calor de la chimenea y si se tercia...alguna jota aragonesa.
EliminarBetty me encantan tus relatos me transportan, enhorabuena¡¡¡¡
ResponderEliminarGracias. Mac
ResponderEliminar