Se durmió
soñando que él también podía volar. Todavía se relamía el sabor que las plumas
dejaron en su boca. ¡Tenía tantos planes! Cacerías, juegos, noches de cortejo
hasta quedar afónico y con el lomo dolorido de restregarlo por las esquinas. El
tiempo era escaso, aun con sus siete vidas intactas, no podía permitirse el
lujo de desperdiciarlo trepando a los árboles o saltando por los antiguos
tejados. Se desperezó, como lo hace un gato con alas, y se lanzó al infinito.
Se despertó en el suelo, con los huesos quebrados y una vida menos.
Una buena forma de comenzar el día, Espero que a mí aún me queden siete vidas porque tengo ganas de hacer muchas cosas aunque no me olvido tampoco de soñar.
ResponderEliminarA ti y a mi nos tendrían que dar pastillas para no soñar, como canta Sabina. Y creo que ni con esas. Espero que el resto del día siga siendo bueno.
EliminarAyyyy pobrecito¡¡¡¡
ResponderEliminarYa sabes lo que debes enseñarle al tuyo.
EliminarLa de batacazos similares que nos pegamos a veces... Me gusta. MJM
ResponderEliminar...Y los que nos quedan...
EliminarJajajaja. Mi primera impresión? Que estaba bastante fumado!!!
ResponderEliminarAhora me lo volveré a leer y sacaré moraleja
Y tú, ¿que haces a esas horas leyendo? ¿No estarías por casualidad maullando por ahí fuera? jeje
Eliminar¡Que los dioses nos regalen una vida por cada batacazo que nos damos! Obregón
ResponderEliminarPues no estaría mal, y, unos buenos huesos. De la chicha que los rodea nos ocupamos nosotros, para amortiguar el golpe, digo.
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