La temporada de pesca se había echado encima.
Quedaban por delante tres meses, noventa días mar a dentro. Sacar adelante la
granja ahora, era cosa de Eila.
Preparó el macuto de Jarkko y lo acompañó hasta
el muelle.
—Te echaré de menos.
—No seas boba, cuando quieras darte cuenta estaré
de regreso.
—A veces creo que allá lejos el tiempo pasa más
deprisa. No quiero que te vayas.
—¿A que viene esto ahora?
—No sé, es… es sólo... Tengo un mal
presentimiento.
—No digas tonterías. —Se quedó mirándola
pensativo—. !Joder! Voy a estar a cientos de kilómetros, no me hagas esto
ahora.
—Lo siento, no sé lo que me pasa. Olvídalo, ha
sido una estupidez.
El aire era fresco. Septiembre invadiría la isla
con brusquedad y el frío transformaría el paisaje. Como cada año, tras zarpar el barco, las
mujeres se desplazaron hasta el único bar de la isla y tomaron unas cervezas
antes de regresar a sus casas.
Eila llevaba dos semanas sin salir de la granja.
Pasaba las mañanas en el establo, ordeñando y cuidando de los animales. Pasaba las
tardes metida en la cocina, preparando mermeladas, quesos y escabeches. Entrada la
noche su vieja gata, la chimenea del salón y su diario aportaban algo de
calidez a su vida solitaria. Agotada se dejó caer en el sofá, dio un trago a la
humeante tisana, la mantuvo entre sus manos unos segundos y cogió su diario.
Meditó un instante antes de escribir.
24 de septiembre
No ha parado de nevar en toda la noche. Me he
armado de valor y he cogido el coche para ir al colmado de Olli. Mientras
preparaban el pedido cruzamos al bar y charlamos un rato y después me ayudó a
cargar la furgoneta. Ha sido un día agradable.
La nieve caía incansable día y noche. Con la
despensa llena y una vez entrada en rutina, comenzaba a tener algo de tiempo libre.
Apartó el sofá de la chimenea, colocó la mesa en su lugar protegiéndola con un
mantel de plástico. Se puso las botas de nieve y caminó hacia la caseta de las
herramientas; tuvo que dar varios paseos dejando un reguero de huellas
profundas y desorientadas sobre la blancura del terreno. Fue llenando el salón
de cubos grandes, cucharas de madera, moldes y cortadores. Acercó la sosa y el
aceite que había ido acumulando durante el año. Caminó hasta el pajar, se subió
a la escalera y descolgó los manojos de romero, espliego y tomillo. Por
último, desembaló el paquete que había traído del colmado. !Mierda! Olli ha
debido equivocarse de paquete, pensó. Miró el reloj, seguro que ya estaría en
casa. Una voz grave, que ella reconoció de inmediato, contestó apenas terminó
de sonar el primer tono de llamada.
—Hola, Eila. No te lo vas a creer pero te estaba
llamando.
—Te equivocaste de paquete. Tengo una caja llena
de…
—No. —Su ronca carcajada traspasó el auricular.
Eila imaginó sus casi dos metros de cuerpo fibroso acompañando a su enorme sonrisa pelirroja.
—Debajo están tus esencias, las demás chorradas y el chocolate son un regalo.
Eila imaginó sus casi dos metros de cuerpo fibroso acompañando a su enorme sonrisa pelirroja.
—Debajo están tus esencias, las demás chorradas y el chocolate son un regalo.
—¿Pero…?
—Mañana hay reunión, ¿vendrás a tomar unas
cervezas, verdad?
—No creo, sigue nevando y...
—Estaremos todos, no puedes faltar. Te paso a
buscar.
—Pero… la carretera está helada. Olli, prefiero
quedarme en casa.
—Estaré allí a las cinco. Tienes que salir o
terminarás en la hoguera. Te tomarán por bruja si pasas todo el invierno allí
sola con tus mejunjes y tus hierbas.
Eila sonrió.
Eila sonrió.
—!Pero, hay mucha nieve!
—Como todos los inviernos. —Su risa invadió de
nuevo el salón—. ¿Qué lo hace a este diferente?
Eila regresó a sus tareas con la sonrisa todavía
en la cara. Terminó de vaciar el paquete, dejó a un lado de la mesa los botes
de esencias y partió un par de onzas de chocolate dejando que se derritieran en
su boca. Pensó que unas cervezas y algo de conversación le vendrían bien.
Era casi la una de la madrugada cuando se estaba
acostando. Regresó al salón a por su diario y escribió arropada por el edredón.
15 de octubre.
Me ha acompañado a casa, es entrañable ver como
se preocupa por mi siempre que Jarkko sale a faenar, parecía que no quería
irse y al cerrar la puerta le vi observándome desde la verja. Pregunté si
pasaba algo, entonces regresó a mi lado, observándome, me abrazó sin mediar
palabra. Me dejó desconcertada. Por mi mente se cruzó esa imagen de «El
padrino» donde el abrazo significaba el preludio de una batalla o una
traición, después, me miró fijamente y sus pestañas se clavaron como esquirlas
en mis ojos. Sentí como todo mi cuerpo se ponía tenso. Volví a tener esa
sensación extraña.
—Y vosotras, ¿Qué narices estáis mirando? —Dio una patada
al aire y el gallinero se transformó en un torbellino de plumas y cloqueos.
Recogió los huevos y regresó a la casa.
Parecía que la nieve iba a dar unos días de
tregua. El jueves tomaría el ferry, tendría que dejar la granja sola unos días
pero necesitaba un cambio de aires.
29 de octubre.
Estoy nerviosa por ir a visitar a Hanna. Ver a
los niños me sentará bien y el bullicio de Helsinki mitigará por unos días el
silencio y la humedad de la isla.
Se quedó un momento pensativa, jugueteando con el
bolígrafo entre los dedos, decidió que no tenía nada interesante que contarse.
4 de noviembre.
Ha sido divertido. Los niños están creciendo
deprisa. Venía pensando en el ferry que siento envidia, he pensado en como
sería mi vida con un bebé, me he acariciado la tripa y no sé porqué, he sentido
la necesidad de salir a tomar el aire y una ráfaga de viento gélido me ha
arrancado el gorro. La bruma avanzaba hacia la isla casi al mismo ritmo que
nosotros, de pronto, la imagen de mi gorro flotando solitario, cada vez más
lejos, me ha producido esa sensación extraña que me persigue y no he podido
deshacerme de ella hasta que he llegado
a casa.
12 de noviembre.
Se ha roto el generador. Mañana tendré que ir a
ver a Olli, vienen tormentas y es el único que queda en la isla capaz de
arreglarlo.
13 de noviembre.
Parece que funciona. ¡Estúpida! como si eso te
importara.
Lo escribió sin pensar. Al leerlo sintió vértigo.
Lo tachó hasta romper el papel.
Amaneció despejado. La bruma había levantado y
por fin podía ver el mar. Llevaba dos días reparando las redes en el hangar de
puerto, trabajando en compañía de otras mujeres. Tenía las manos resecas por el
frío, doloridas de empujar una y otra vez la aguja por entre las redes.
Faltaban ocho días para que Jarkko regresara a casa.
El teléfono sonó temprano. Se acercó al puerto a
recibir más información. Decepcionada por las noticias decidió pasar el resto
de la mañana en el pueblo. Tampoco allí se sentía cómoda, pensó que acompañada
se apaciguaría su angustia. Un par de horas más tarde decidió regresar a casa, prefería estar sola. Se quitó los guantes al salir del coche, atravesó el
porche corriendo y cerró dando un portazo. Se tumbó en el sofá preguntando al
techo que era lo que estaba ocurriendo.
26 de noviembre.
Esta mañana recibimos noticias del patrón. Hay
buena pesca y la mar acompaña. Se quedarán faenando tres semanas más. Nadie
parece entender mi enfado. Se empeñan en
recordarme que a más días de faena, más jornal, como si fuera una
idiota.
La tormenta fue virulenta. El tendido eléctrico
se había caído y el generador había vuelto a romperse.
6 de diciembre.
No pienso avisar a Olli, escribió.
9 de diciembre.
Llevo tres días aguantando gracias a la chimenea.
He tirado el colchón y las mantas en el suelo del salón para sobrellevar el
frío.
Cerró el diario enfadada y lo lanzó contra el
sofá.
—Jarkko, maldito seas. Regresa de una vez —dijo a
punto de llorar.
12 de diciembre.
Maldita pesca. Maldita isla.
Estaba ordeñando cuando escuchó el teléfono.
Corrió hacia la casa.
—Hola, Eila. ¿quedamos mañana?
—No puedo.
—¡Venga, son sólo unas cervezas! ¿Tendré que
sacarte a la fuerza? —Olli soltó una carcajada. Después, hubo un silencio interminable al otro
lado de la línea, cuando habló de nuevo su voz era más grabe que de costumbre—.
Tengo que hablar contigo.
—Joder, Olli, no puedo —Eila colgó sin esperar
respuesta.
14 de diciembre.
Maldito frío, maldito generador, maldito Olli
Cinco dias después había terminado con las
existencias de café y papel higiénico. Necesitaba también fruta y arroz. «!Mierda! No pienso ir al colmado». Observó la carretera helada con aprensión,
aun así, se
subió decidida al coche. Tomó la carretera en sentido contrario al pueblo.
Tardó casi una hora en recorrer los escasos veinte kilómetros hasta llegar al
otro extremo de la isla. Mientras caminaba, sacó la lista del bolsillo y apenas
dio un par de pasos, se paró en mitad de la calle y dio media vuelta regresando hacia el coche; comprar en la
tienda del viejo Olaf le parecía de pronto una traición insoportable. «Joder,¿qué estoy haciendo... y que pasa con Jarkko?» Volvió a desandar el camino y por
fin realizó sus compras. Olli salió del banco topándose con ella casi de
bruces. «¿Qué hace a estas horas, en este lado de la isla?» Se maldijo por su
mala suerte. Olli corrió sonriente a su encuentro. La ayudó a cargar el coche.
«Mierda, mierda, mierda». Tiró con brusquedad de la última bolsa, intentando
rebelarse. En la absurda lucha, Olli rozó sus manos por casualidad, al
sentirlas heladas, las tomó entre las suyas y preguntó si estaba todo bien. Las
escondió tras el abrigo ruborizada. Se sintió desarmada y confesó, bajando la
mirada, que el generador se había roto de nuevo.
Olli la acompañó a casa.
Un barco atracaba en el puerto repleto de pescado
y hombres cansados.
Eila olvidó que llevaba trece días durmiendo en
el suelo. Se olvidó de todo.
Olli descubrió su acampada delante de la
chimenea.
—¿Cuando se ha roto? —preguntó enfadado, mirándola directamente a
los ojos.
Eila se rindió y lloró desconsolada.
Olli descubrió su lucha en el mismo momento en que
ella aceptó, por fin, lo doloroso de su mirada y su extraño abrazo de aquella
noche que regresaron juntos del bar. Ya nada importaba. Ni el generador, ni la
tormenta, ni el mismísimo
Jarkko.
Y aún después de las vacaciones sigues sorprendiendo. Vuelve a tu rutina para que disfrutemos de tu imaginación!!! Bss
ResponderEliminar; ) Pues rutina, lo que se dice rutina, me viene ahora a raudales.
EliminarLo bueno es que mantengo entre esa rutina un pedacito de tiempo para seguir escribiendo.
Gracias, Miriam por tu comentario.
No te miento si te digo que es el que mas me ha gustado de todos los que he leído hasta hoy. Perfectos el vocabulario, la ambientación y el ritmo. Intensidad mesurada en la trama. ¡Olé!
ResponderEliminarMuchísimos besos
Obregón
Gracias a ti. Siempre valoro tus comentarios, por tu voracidad en la lectura y por la calidad de esta.
EliminarBesazos.
Es el primer cuento que agarra totalmente mi mirada en esta mañana de blogueo. Flipante, la verdad, digno de Onetti o de Conrad, esas atmosferas opresivas en las que sucede tanto y tan poco, mi más sincera enhorabuena, y no es peloteo, tienes duende, chica!!! Y lo sabes, jaja!!! Hace casi un año dejaste tu enlace en mi blog, pero he estado "de baja", ahora he vuelto a crear, se agradece visita :) http://misrelatosyesteblog.blogspot.com.es/ Un biquiño!!
ResponderEliminarHola, Cronista Imaginario. Siento no haber contestado antes, pero he estado fuera. Me alegra que mi historia te haya enganchado. Que me eleves a los altares junto a Onetti o Conrad, me alaga, aunque me parece exagerado. Gracias de todas formas.
EliminarMe ha encantado Betty ... !!!
ResponderEliminarHola, Cris!! Me alegra verte por aquí y que te haya gustado esta historia. Espero escribir otras muchas y que te gusten también.
EliminarBesos.