Monte Lí, a unos veinte kilómetros de
Xian. CCXXI A.C.
Un
hombre camina tirando de su caballo, sobre su hombro lleva un hatillo anudado
al palo de su azada. Ha salido de madrugada. Viste quimono corto de lino,
gastado por los años y el duro trabajo. Aunque no ha amanecido, sobre su cabeza
descansa el Nón lá tradicional. Bajo sus pies unas sandalias, desgastadas,
tejidas con tiras de junco, pisan el suelo del humedal. Wei camina lento, tiene
una larga jornada por delante hasta que se ponga el sol. Algo brilla en el
suelo. Lo recoge y lo observa. Es metálico y tiene impreso el sello de la
dinastía Quin. La angustia lo atrapa, siente como una armadura invisible
envuelve su cuerpo dejándolo paralizado. Mira angustiado a un lado y a otro,
observa su caballo y la azada que ahora descansa sobre la soledad del inmenso
arrozal. El terreno lo engulle atrapando su alma. La arcilla lo invade; entra
por su nariz, por los oídos, incluso se cuela por los poros de su piel. Wei se
escurre por un pozo cada vez más profundo hasta que llega a una inmensa sala
subterránea. Paralizado, mudo, solitario. La figura de un emperador lo mira
altivo. Wei permanece en formación de un ejercito invisible. Él es el primero.
Durante siglos, ese ejercito se irá materializando, día a día, año tras año,
siglo tras siglo. Los guerreros aparecen como gotas cayendo sobre un cubo de
zinc. Un golpe metálico por cada gota, por cada guerrero. Ya son siete mil
almas y sigue creciendo.
Barcelona, cerca del Paseo de Gracia. Año
1914
El
invierno ha cubierto la ciudad con un manto blanco. Un niño camina aburrido por
la calle solitaria. Unos minutos antes, se ha acercado al encerado de la
escuela y disimuladamente ha guardado una tiza en el bolsillo de su pantalón. Ni
siquiera sabe porqué lo ha hecho. Al salir de la escuela camina distraído hacia
su casa. Nunca antes había pasado por esa calle en la que una pared llena de
nombres escritos lo ha sorprendido. Pasa unos cuantos minutos leyendo y
encuentra el suyo entre muchos otros y, justo a su lado, escribe «Alma». Tampoco
sabe porqué, ha sido el primer nombre que le ha venido a la cabeza. Ha sido
entonces cuando ha descubierto aquella tienda. Le ha recordado a esa casa nueva
llena de curvas por la que acababa de pasar y que tanto esta dando que hablar.
En el escaparate un muñeco le observa. Es igual que él. Fuerza la puerta y
consigue entrar. Basta con tocar el muñeco para que el tiempo paralice su vida
y su alma quede atrapada dentro de ese pequeño ser de porcelana. Lleva una
eternidad allí dentro. Sufriendo esa pesadilla. Viendo el mundo a través de
esos ojos pertenecientes a un cuerpo desalmado e inmóvil que lo atormenta, sabiendo
que lo que acontecerá fuera ya nunca será para él, pues parte de su alma
quedará atrapada para siempre. Pero pronto se asomará esa niña. Antes o después
caerá en las garras de este otro agujero. Alma entrará, no sin antes escribir
el nombre se su próxima víctima sobre esa pared, y no parará hasta atrapar a
esa muñeca que es como ella, que viste igual que ella. Entonces, Nacho saldrá
de esa prisión aliviado, con el peso de que otro ha tenido que ocupar su lugar
para poder ser liberado, pero ya, nada será como antes, y el muñeco, que lo
alberga, descansará eternamente sobre la estantería atiborrada de pequeños
seres de porcelana.
Madrid, estación de metro de Portazgo.
Año 2013.
Su aspecto se degrada, crece su barba y sus
ropas se ensucian mientras su cuerpo languidece dentro.
—No
está la mancha —repite constantemente mirando al suelo.
Llevo
semanas observándolo. Nadie más parece reparar en él. Siento el impulso de
hacer algo absurdo y pinto una mancha allí donde mira cada día. Sonríe. Su
mirada de felicidad infinita asciende desde la mancha hasta chocar con la mía,
entonces se torna ladina, provocando un escalofrío que me paraliza. Pisa la
mancha despacio, muy despacio, como a cámara lenta, sin apartar su mirada
enfrentada a la mía. Inclina ligeramente su cabeza y me señala con el dedo. Veo
como se aleja en el tren. La mancha se desdibuja y yo quedo atrapado en ese
anden hasta que otro ocupe mi lugar. Desde entonces él hombre me observa cada día, después desaparece, en el mismo vagón, a la
misma hora.
Estoy
atrapado. Esa mujer por fin parece entender y pinta una mancha en el suelo. Sin
pensarlo la piso y corro al interior del tren antes de que sea demasiado tarde.
La culpa me invade tan solo un instante. Ahora somos dos los que observamos
cada día desde el andén.
El
mundo está lleno de pozos que atrapan el alma de las personas. Son muchos
lugares, millones de víctimas. He pasado mi vida entera recorriendo el mundo,
buscando. He trazado un mapa en donde he marcado la situación exacta de cada
uno de ellos. Observándolo, he descubierto que soy la mayor de sus víctimas. He
permanecido unida a estos agujeros del tiempo voluntariamente, pensando que
podría desafiar y vencer su fuerza. ¡Que ingenua! El ritual es siempre igual.
Uno queda atrapado hasta que consigue que otro ocupe su lugar. Ya nunca vuelve
a ser lo mismo. Parte de uno muere allí dentro. Hay miles de historias
truncadas por cada maldito agujero
Inquietantes esos agujeros del tiempo. Que bueno que esos vértigos sean solo fantasía....¿o no?....
ResponderEliminarMJO
Ja ja ja. Veo que haces tus deberes. Quien sabe...
Eliminar