Nuo
despertó rodeada de agua. El cajón de fruta sobre el que dormía flotaba en un
mar repleto de trastos. Los primeros rayos de sol tardaron en llegar dos días,
el tiempo que necesitó Nuo para entender lo que había ocurrido. Hicieron falta
unas horas más para que la sed y el hambre le despertaran el ingenio. Entonces
comenzó a pescar los frutos que flotaban a su alrededor, también algún pez que
debió olvidar como era eso de nadar. Encontró una sombrilla de papel de arroz,
a la que apenas le quedaban las varillas, y un cesto desvencijado. Ató el cesto
a la sombrilla con ayuda de unos juncos como si fuera un non lá y, a partir de ese momento, la sombrilla se convirtió en su
mascarón de proa.
Un
día después le pareció ver a su papá flotando. No se dignó a mirarla y prefirió
disfrutar de las formas que dibujaban las nubes en el cielo. Aunque ahora que
lo pensaba, él jamás la había mirado a los ojos ni le había dirigido la
palabra. Su madre decía que la culpa de que Nuo tuviera que vivir oculta en el
desván, invisible a los ojos de la policía y de su padre, la tenían las leyes.
Nuo pensaba que el hecho de que su hermana gemela hubiera sido más veloz y
hubiera nacido unos minutos antes tenía mucho que ver en el asunto. Por eso
había pasado la mitad de su existencia corriendo de un lado a otro del desván.
Tampoco es que tuviera que hacer mucho esfuerzo, pues tan solo tenía un par de
metros de largo, pero Nuo estaba decidida; en su próxima vida sería la primera
en nacer.
El
tercer día, el cielo gritó, ella se puso en pie y el cajón se tambaleó. Miró
hacia arriba e intentó explicarle que ella no era la responsable de que su casa
se viniera abajo. Tampoco de que así lo hicieran el resto de edificios. El
cuarto día no paró de cantar. Jamás antes había estado tanto tiempo fuera del
desván. En el quinto ya se había comido la mitad de las provisiones y tuvo que devolver al agua el último
pez de aquellos que olvidaron nadar. Pasó la tarde llorando porque ya no era
divertido flotar a la deriva en el cajón y echaba de menos a su mamá. En el sexto,
el mascarón de proa había perdido el non
lá y había recuperado su forma de sombrilla. Nuo se puso en pie y el sol
formó una silueta escurridiza con su sombra y pensó que si seguía allí dentro,
flotando en ese mar, terminaría pareciéndose al armazón de su sombrilla.
El
séptimo día el cajón encalló en tierra. Nuo intentó caminar, pero había pasado
tanto tiempo sobre el agua que se había convertido en pez y había olvidado cómo
se movían los pies. Unos hombres la recogieron y la llevaron a un lugar donde
todo era blanco. Durante esos días durmió en una cama de verdad, alineada junto a otras en un largo pantalán de
baldosas. Tuvo que esperar unos días más, y por fin, su mamá fue a buscarla. No
dejaba de llorar y de llamarla Mei, pero ella era Nuo. Intentó recordarle a su
madre que Mei era su hermana mayor, la más rápida; seguro que había corrido
tanto que había pasado de largo por aquel lugar. Su madre lloraba y lloraba. Se abrazó a Nuo y le dijo al oído: Nuo, esta vez
tú has sido más veloz. Ahora te llamas Mei que es el nombre de las hijas
veloces. Después su madre dejó de llorar.
Felicidades Berry! Sabes transportarnos a otros lugares con tu bien hacer narrativo. Bssss
ResponderEliminarGracias por leerme y por viajar conmigo a esos otros mundos
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ResponderEliminarBetty soy Rosa. Bsss
ResponderEliminarjajaja Me preguntaba quien serías. Espero que ese apodo no tenga nada que ver con el síndrome que lleva su nombre. Me preguntaba si había inspirado a algún pirado. A estas alturas de año me puedo esperar cualquier cosa de la vida que no deja de darme sorpresas. Besos enormes y espero que nos veamos pronto.
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ResponderEliminarTarde pero lo leo. Increíble hermana.besos
ResponderEliminarGracias por estar. Besos
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